El
Premio Nacional de Literatura Dramática, Juan Mayorga, abomina de
los montajes ampulosos que pretenden anonadar al espectador. Juan
entiende que no hay mejor maquinaria productora de imágenes que las
palabras. Como decía un ex-monarca en los mensajes navideños a sus
súbditos; “me llena de orgullo y satisfacción”.....coincidir
con Mayorga. En no pocas ocasiones lo he manifestado en diferentes
artículos de éste blog, ha existido demasiado teatro contaminado de
ornato superfluo invadiendo la escena, donde lo importante parecía ser
camelarse al espectador a través de postizos pretendiendo suplantar a la
palabra.
Entrevista
en EL PAIS a Juan Mayorga:
“Muchos
piensan que desde que el teatro existe se habla de crisis teatral. No
es así”. De esta forma comienza un
artículo de 1976
publicado
en EL PAÍS. ¿Es el teatro un enfermo eterno?
Heiner
Müller [dramaturgo alemán] decía que el teatro es crisis. El
teatro vive de las situaciones inestables que se convierten en
conflictos fértiles para la creación. Y en lo económico, el
teatro, que se ha hecho en palacios y en caminos, es un arte
preparado para resistir toda crisis. Ese dispositivo que crearon los
atenienses es extremadamente ambicioso pero extremadamente sencillo
en lo material. Nosotros podríamos decir: “vamos a hacer teatro
esta tarde” sin otros medios que los que ahora están en nuestras
manos. El teatro puede responder a cualquier crisis y sobrevivirá a
cualquier crisis.
El
teatro no se enfrenta a los cambios tecnológicos que afronta el
cine, la música grabada, e incluso los libros. Y pese a eso, ha
perdido más de cinco millones de espectadores desde 2007. ¿Qué
está pasando?
Por
un lado, los ciudadanos tienen menos renta. Y si escuchas que incluso
están dejando de ir a la farmacia, cómo no van a dudar antes de
comprar una entrada. Cuando se dan esas circunstancias, la política
cultural de un Gobierno responsable debería ser ayudar a los
ciudadanos a acercarse al teatro. Y está pasando lo contrario. La
famosa aplicación del IVA del 21% es una política disparatada,
tanto más si la comparamos con lo que está ocurriendo en Francia o
Alemania, o incluso en países intervenidos como Grecia. En el IVA
somos récord europeo, y está haciendo mucho daño. Pero hay que
decir que en los últimos años, al mismo tiempo que se están
cerrando salas, están apareciendo otras.
Estas
nuevas salas, que prescinden en algunos casos incluso del patio de
butacas, o formatos como el microteatro,
¿son un nuevo modelo o un parche?
Creo
que hay que saludarlo como una respuesta a una situación económica
difícil. Precisamente espectáculos muy ampulosos de otros tiempos
pecaban de una falta de confianza en el actor y en el espectador. Si
el actor es elocuente no necesita más que la complicidad del
público. Y por otro lado, frente a épocas muy autoritarias desde el
propio hecho teatral, donde se sostenía que había una, o dos, o
tres formas de hacer teatro, lo que nos encontramos en la cartelera
madrileña es una enorme diversidad. Aunque hay ciudades donde la
oferta es más pobre que hace seis o cinco años.
¿Hay
algún tipo de teatro que la crisis no permita?
Los
teatros municipales, dirigidos por Ayuntamientos
descapitalizados,
acaban confiando solo en determinados productos que, o bien son muy
fáciles para muchos espectadores, o bien están liderados por
actores famosos, que a veces son extraordinarios y a veces no son los
mejores. Hay un tipo de trabajo que está siendo censurado. Eso es
malo para las compañías, que no pueden mostrar ese trabajo; es malo
para el espectador, que no puede acceder a ese espectáculo; y
finalmente es malo para la ciudad entera. Una ciudad sin teatro es
más pobre, menos capaz de imaginarse a sí misma de otra manera, y
por tanto es más frágil frente a esta crisis y frente a cualquiera.
Y ahí es donde debe intervenir la política cultural.
¿Está
el público dispuesto, emocionalmente, a dejar sus problemas del día
a día y entrar en una sala donde se le enfrenta a más conflictos?
Por
utilizar una imagen de [Walter] Benjamin, una obra de teatro habría
de ser capaz de asaltar a un espectador como un asaltador de caminos
al confiado paseante. Si el teatro no es capaz de desestabilizar de
algún modo las convicciones del espectador, si no es capaz de
ponerle ante buenas preguntas, está siendo irrelevante. Hay
espectadores que agradecen un arte que los sorprenda, que abra
heridas. Y ese es el espectador para el que debemos trabajar. Para el
que solo busca obediencia, o eso tan triste que es matar el tiempo,
ya hay una industria cultural trabajando con enorme eficacia.
Solo
el 21% de los españoles ha ido al teatro al menos una vez en el
último año. ¿Qué hay que hacer para que el resto se acerque a una
sala?
Mi
primera experiencia teatral en Francia fue con una compañía muy
modesta, que representaba una de mis obras en un teatro periférico.
Hacía una noche de perros. Vi 50 espectadores y percibí que no eran
familiares de los actores (que tampoco eran famosos) y, por supuesto,
no habían ido ni por la obra ni por mí. ¿Por qué estaban allí
esas personas?¿Por qué habían dejado una casa caliente donde
probablemente había una pantalla con los mejores actores del mundo?
Habían salido por el teatro mismo, porque el teatro los había
envenenado algún día. Siempre me digo que nuestra obligación es
que esa gente vuelva. ¿Cómo se hace esto? Recordando que el teatro
debe ser un acto de amor a la gente. Descubrirlo como un lugar de
crítica y utopía. Si se hace así, el teatro irá extendiendo su
fuerza.
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