Cuando invité a una amiga actriz a leer "Pilobulus retrata la umbría", me confirmó lo que algún compañero técnico de teatro me había dicho en anteriores ocasiones - ¡Kar, no se te entiende, escribes extraño! – imagina la decepción. En el encabezamiento del blog redacto un alegato sobre el poder de convicción de la palabra, y resulta que mi escritura no transciende porque parafraseo de una manera ininteligible. Bueno, esa incapacidad de comunicar la puedo asumir, pero me hace recapacitar acerca de la inconveniencia sintáctica, porque quienes dicen incomprender el texto son mi gente, y sobre cuestiones que nos son afines. Así que acepté el reto de ser más conciso y tratar de evitar expresiones que generaran confusión o situaciones ambiguas. ¡En fin!, espero no empeorarlo.
No negaré que hay obras teatrales y coreografías de danza que necesitan de la luz, el vestuario, la música o la escenografía para expresarse y ser entendidas. Sunflower Moon de Momix no sería tan fascinante sin la puesta en escena. Si prescindiéramos de ella tal y como la concibió Pendleton, estaríamos hurtando al público la génesis de la obra. Yo no estoy rechazando la tecnología aplicada a los espectáculos teatrales o de danza, sólo mantengo que deben coexistir, nutrirse de un modo simbiótico. Estoy de acuerdo con que es preciso olvidar puestas en escena alcanforadas o encorsetadas propias de otras épocas, para poder lograr el grado de subversión hoy requerido, pero en mi opinión, no por un imperativo iconoclasta.
En estos últimos años siempre he oído la misma matraca, de cómo las artes escénicas están regidas por el subjetivismo y por cánones estéticos hasta ahora indescifrables, y por lo tanto interferir en ello significa cercenar las libertades artísticas. Bien, sé que es un tema muy controvertido, pero os debo recordar que al amparo de ésta coartada también se cobija el proselitismo más reaccionario.
Seguro que habrás escuchado más de una vez a algún rapsoda de la teorética, definir el concepto de iluminación teatral como si se tratase de un arte en términos absolutos. Reconozcamos la existencia de una componente artística, ¿y no la supeditamos a nada?, ¿al oficio?, ¿la técnica?, ¿la tecnología?, ¿el género dramático?, ¿la dimensión del espacio? Si uno no quiere ser objeto de miradas raras, ni tildado de poner cortapisas al proceso creativo, la prudencia aconseja ¡que no! Al parecer estos paridores de espacios escénicos, inventores de escenas, embelesan conciencias con sus dotes innatas.
En cualquier caso me pregunto, si detrás de tanto artificio -¿tecno narrativo?- se oculta un ofuscamiento creativo que lleva a mantener una relación con el lenguaje, carente de sinceridad. No propugno un retorno al clasicismo, pero cuando la pieza es de estilo naturalista lo menos que debe contemplar la puesta en escena es un acercamiento a la realidad, y un distanciamiento de la misma si tratamos con el surrealismo, el teatro del absurdo o el superrealismo, donde a mi parecer, cualquier desvarío en la puesta en escena que logre introducirnos en un trance alucinatorio o chute de irrealismo y ensoñación, debe ser admitido y ovacionado al despertar.
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