No hace mucho mostraba mi malestar por el tipo de gente de nuevo cuño que pulula por los teatros, y lo que pudiera parecer una opinión descabellada, adquiere visos de racionalidad al verse ratificada por otras personas de más crédito que el mío que del mundo teatral saben un rato largo. Yo simplemente subo el artículo al blog y luego que cada uno decida si lo que se describe aquí es el reflejo de cuanto acontece en su teatro. Asistimos a situaciones indignantes donde se contratan personas sin la debida formación específica, meritaje o experiencia, pero con salarios de profesionales sin serlo (equiparación salarial y profesional degradante). Por otro lado para aposentarse y tranquilizar conciencias, aquejados del síndrome de cursillitis se precipitan a recibir nociones, hasta de cuestiones inservibles, para acreditar su identidad. Aunque sin duda lo más lamentable es que alguien ocupe un cargo relacionado o en esto del teatro, por amiguismo versus la llamada de algún chamán influyente. De ahí al servilismo ni media zancada. Desde el advenimiento de la democracia se han ido nombrando directores, programadores y gerentes, sin otro curriculum que el del favoritismo, la afinidad o vinculación ideológica, que con el transcurso del tiempo se han atrincherado en el cargo por su destreza política. (Jkar)
Jesús de Galilea va al teatro
En los países de nuestro entorno España acaso sea aquél que más destaque por el hecho, a todas luces insólito y casi inexplicable, de no ser los teatros la casa de las gentes del teatro, y en bastantes ocasiones por no ser siquiera la casa del teatro. Los teatros, salas y auditorios nunca han dejado de ser espacios para el trasiego de mercancías, ahora denominados productos o “funciones” dirigidos a los “clientes”, otrora espectadores. Y ello ha sido así desde mucho atrás. En efecto, hace mucho ya que Jovellanos o Moratín propusieron medidas para la reforma de los teatros y muy poco ha cambiado desde entonces. Los treinta y tantos años de democracia han visto la recuperación de espacios, pero las funciones que esos espacios deban cumplir no han variado un ápice. Siguen siendo espacios vacíos cuya única función es propiciar ese trasiego de espectáculos que vienen y van en ocasiones de forma un tanto aleatoria.
Estos treinta y tantos años de democracia también han visto cómo poco a poco en los teatros, salas y auditorios de toda España se ha ido aposentando un grupo de personas que tienen en común su escasa vinculación con el mundo de la escena pero que finalmente han conseguido convertirse en los gestores de la actividad escénica de los espacios referidos. Llámense programadores, técnicos de cultura o gestores culturales, también tienen en común el haber coincidido en las múltiples ediciones de algún “master de gestión cultural”, que suele tener como finalidad iniciar a un grupo de entusiastas neófitos en los arcanos de la economía de la cultura y la mercadotecnia. Con el título bajo el brazo, teatros, salas y auditorios han sido invadidos por titulados en las más variadas especialidades, donde han asentado sus reales con la intención de no irse jamás. A diferencia de las gentes del teatro muestran un corporativismo feroz, realmente atroz.
El ámbito de la acción cultural en las diferentes administraciones públicas (estatal, autonómica, local…) requiere más que nunca de un análisis racional para determinar ámbitos de actividad y considerar qué profesionales debieran ocuparse de cada uno de ellos. Tal como ocurre en la sanidad o en la educación, que, como la cultura, son importantes servicios públicos. Y ese análisis debe tener como finalidad última considerar en qué medida cabe desarrollar y potenciar eso que denominamos tejido teatral, que debiera ser la base sustentadora de un sistema teatral sólido, estable y sostenible. La situación actual del sistema teatral, derruido pero al que no ha llegado ningún Plan E, demuestra cómo la acción del modelo de la gestión cultural ha servido para minar o eliminar, cuando se ha podido, aquel tejido asociativo y cultural que a finales de los setenta todavía era un ejemplo de participación ciudadana. Ese, y no otro, era el campo en el que los técnicos de cultura debieran haber incidido de forma permanente para hacer ciudades de cultura y para potenciar las culturas de/y en las ciudades. Pero es obvio que esa línea de acción sociocultural implica un trabajo a pie de calle que ni los políticos consienten, porque el ejercicio de la ciudadanía les asusta en tanto evidencia su estulticia, ni los dichos gestores, programadores y técnicos consideran, en tanto lo otro es mucho más cómodo y divertido y además otorga un poder casi absoluto. En el fondo, son los amos del lugar y nada se trasiega sin su plácet y las debidas prebendas. Realmente patético.
Y del mismo modo que los hospitales son espacios habitados por profesionales de la medicina, o en las escuelas encontramos gentes directamente vinculadas con las ciencias de la educación, los teatros se debieran convertir en la casa de las gentes del teatro. Porque el teatro no sólo se debe considerar lugar de paso y trasiego, sino marco permanente para la creación y la difusión teatral, que no sólo se vincula con los espectáculos sino con muchas otras actividades. Los teatros tienen que estar habitados por compañías de teatro, y los actuales gestores deben ocuparse de aquello que les compete, es decir, de esa gestión que se sitúa siempre en un segundo plano y que permite que los teatros funcionen en los niveles técnico o administrativo. Como en cualquier teatro europeo, en cada uno de los españoles debiera haber una compañía permanente o estable, con una dirección artística competente, y al lado del elenco artístico cabría hacer un lugar para todas esas personas que han ocupado un lugar que a todas luces no les corresponde, ni les favorece. Si son gestores culturales y quieren seguir estando vinculados a un teatro, pues que se ocupen de la gestión, es decir, que se ocupen de las cuentas, de la información, de la promoción, de la documentación y de muchas otras tareas que sin duda son fundamentales, pero siempre bajo la supervisión de la dirección artística del teatro. Lo demás, todo lo demás, debiera ser responsabilidad de las personas que saben de teatro, sea porque es lo que han estudiado, sea porque es de lo que se han ocupado a lo largo de su vida profesional.
Ello coloca, sin duda alguna, a los profesionales de las artes escénicas ante un compromiso histórico, que consiste en demostrar su capacidad para gestionar un teatro con criterios máximos de rigor y de excelencia. Y coloca a las escuelas superiores de arte dramático ante otra responsabilidad ineludible, como es la de proponer una titulación específica en gestión y dirección de espacios escénicos, o la de proponer un master propio en gestión y dirección de espacios escénicos y otras líneas de formación y actualización. Todos tenemos pues nuestras responsabilidades, y hemos de asumirlas sin demora.
Recuerdo el episodio aquél en el que Jesús de Galilea expulsaba a los mercaderes en el templo para reclamar de las gentes del teatro que tomen conciencia de la necesidad de recuperar para las artes escénicas los espacios que por naturaleza les son propios. Así llegará el arreglo de los teatros y así tendremos, finalmente, un sistema teatral equiparable al de los países europeos más avanzados en el ámbito de las artes escénicas. ¿Quién no quiere ser europeo?
PD. Sabemos que en España hay gestores, programadores y técnicos que, a diferencia de la tendencia dominante, realizan un trabajo encomiable. Pero son excepción. Para ellos y ellas nuestro reconocimiento.
Revista ADE-Teatro nº 130 (abril-junio 2010)
1 de abril de 2010
Por Manuel F.Vieites
Excelente denuncia.
ResponderEliminarLos teatros están siendo regentados por un maremágnum de personajes que no son la gente del teatro.
Abogados,filosofos,arquitectos,filologos...etc. ocupando puestos de trabajo en los teatros que no guardan ninguna relación con lo que han estudiado.
¡¡DEMENCIAL!!
¡YA ESTÁ IDENTIFICADO UNO DE LOS MALES DEL TEATRO!
Me quito el sombrero,yo no lo hubiese dicho mejor.
ResponderEliminarMe parece bien que los teatros sean dirigidos y gestionados por personas de teatro con acreditado curriculum o trayectoria teatral y no por los amiguetes del concejal de cultura de turno.Pero yo limitaría igualmente el tiempo de permanencia en esos cargos,porque tienen vital trascendencia para el futuro desarrollo cultural de la ciudad.
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ResponderEliminarCambia el rumbo político en donostia.Los amiguetes del concejal de cultura de turno que ocupaban cargos a dedo (designación) son sacados a boinazos de sus poltronas. Ahora les toca a otros.
ResponderEliminarNo les ha sacado de sus trincheras ni el aceite hirviendo, pero si el clamor popular.Aún queda mucho que depurar. ¡¡Bildu aurrera!!
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