No soy nadie para enjuiciar actitudes, de manera que éste artículo no te parezca displicente, de rechazo hacía obras teatrales y de danza contemporánea que se marcan como único reto, el divertimento y la distracción de un público poco predispuesto a digerir obras muermo mal representadas, de enjundia existencialista.
Sé que hay que dar cabida a una demanda, y que hay personas que sienten como se les escapa la vida satisfaciendo rutinas, inmersos en preocupaciones reales, resolviendo problemas acuciantes. Desde luego estas gentes si van a encerrarse en un teatro, es para soñar, para evadirse, para romper con la monotonía y detener durante unos instantes sus vidas.
¿Por qué avergonzarse? Reconozcámoslo. ¡Sí! Hay espectáculos gestados desde las preferencias sociales, estéticas, culturales, económicas, que representan valores, conductas, que determinan pautas de comportamiento. ¿Y para qué ocultarlo? Espectáculos rehenes de la complacencia, compañías teatrales sin otro fin que el del permanente éxodo hacía la búsqueda de la subvención pública. ¡Te aseguro que no estoy bajo el influjo del lúpulo! Sólo que hay situaciones… ¡joder que cabrean! El teatro actual estará aquejado de múltiples dolencias, pero a mí me preocupa un factor ante el cual permanecemos amnésicos, se trata del cisma de la irrupción mercantil, crematística, de la que emergen chalanes y filibusteros del cambalache que han avocado algunos grupos teatrales, a emprender una diáspora que les conduce a la pérdida de esencia, de identidad y de libertad creativa a cambio de su supervivencia.
El presente del teatro público por estos andurriales no es más halagüeño, soporta el estigma del dirigismo o intervencionismo político. Quienes ostentan los cargos de responsabilidad administrativa, gestión o dirección, salvo honrosas excepciones lejanas en el tiempo, son gente advenediza sin más virtud o mérito curricular reconocible, que el de la legítima designación o credencial política.
Me pongo a soñar. Sueño que los teatros se transformaran algún día en laboratorios de vida, en lugares donde podremos buscarnos, encontrarnos y entendernos. En sitios donde la gente acudirá para comprender y redescubrir el mundo. Mientras aguardo la llegada de ese día, vivo en un eterno sueño que me permite escapar de una realidad que no deseo.