Mi desmemoria me hace dudar pero me parece que fue Saramago quien dijo que; “los pesimistas emprenderán la tarea de cambiar el mundo, porque para los optimistas todo está bien”. Desde ese punto de vista, parte de cuanto escribo en este blog viene dictado por mi pesimismo más recalcitrante, pero lo hago porque siempre he creído que el pesimismo no es otra cosa diferente al inconformismo, y por lo tanto conlleva el anhelo de mejorar. Los pesimistas que conozco, yo los veo como innovadores aletargados esperando romper el statu quo de tanta positividad enquistada.
Tal vez padezca el síndrome del renegado pero ¿acaso el optimismo no nos ha conducido hasta la actual situación? Queda claro que al optimista le paraliza su permanente satisfacción, y aunque penséis que el pesimista es un escéptico agazapado, en él se oculta ¿adormecido?, un potencial renovador.
Aquí va una dosis de mi pesimismo.
El teatro desde dentro pierde misterio, manda al traste todos los sueños que cada alma es capaz de hospedar. Sentado en el patio de butacas, desde ese rincón que alivia la tristeza y aplaca incertidumbres, puedes reír o llorar, evadirte en un instante hacia otras realidades, penetrar en la oscuridad para alcanzar la luz pero sobre todo, zafarte de las ataduras y equivocaciones que estrangulan la vida. Desde dentro nada tiene sentido, eres tan sólo una pieza más de una maquinaria mágica que construye momentos de imaginación para los demás, pero que aniquila los tuyos.
Mientras, el duende que enreda con las tramoyas acude a recomponer mis emociones descacharradas, las personas pragmáticas secuestran los sentimientos y los gestores dinamitan cualquier capacidad de ilusión.
Encuentro extraño este tiempo de desapegos, donde se impone la masacre del recuerdo ajeno y se adula lo nuevo por serlo, donde los directores de teatros públicos surgen a golpe de teléfono y pierden la memoria de ello.
Aparece una saga de kamikaces sobre los que se ha depositado poder omnímodo, cuyo comportamiento está desvirtuando la función del teatro público, minando el terreno para que adquiera sentido cualquier tipo de intervención privatizadora. En breve asistiremos a un empobrecimiento de la cultura pública, asistida por la Ley del Mecenazgo. ¡Dios! El teatro supeditado a la generosidad, a la caridad del capital privado.Chance a los sicarios financieros. Mercenarios comerciando, especulando con los cometidos del teatro. Demasiados gargajos para no resbalar.
Si. El teatro es engaño, enredo, farsa que en ocasiones se extiende también por los aledaños del recinto escénico. Contrariamente a lo que pudiera parecer, las interpretaciones más histriónicas han abandonado la escena para trasladarse hasta los despachos y la pantomima, ahora se representa en prolíficas reuniones de trabajo sostenidas bajo el argumento de imperiosa necesidad. Simulacros pactados colgando de contenidos ficticios. Se tambalea la apariencia y detrás de la máscara carnavalesca que confunde voluntades se parapeta el vacío.
Hurgando en los aspectos cercanos del pesimismo más regenerador, revolviendo entre mis convicciones alcanzables, trato de desengranar del mecanismo establecido y lo hago porque albergo la esperanza de fugarme a otros tiempos nuevos.
P.D.- Lamento tanta negatividad. Deseo no contagiarla. Igual es mi imaginación jugándome malas pasadas o que atravieso un mal momento. ¿Lo dejamos en eso?
Sé por propia experiencia que nadie se levanta del suelo y continúa siendo el mismo. Te sacudes el polvo, llenas los pulmones de aire, escuchas el pálpito de tu corazón, y te diriges al lugar donde se despierta el sol a encontrarte contigo mismo.