No hace mucho, escuchaba decir a una renombrada figura de la escena internacional;
“Aún no se han inventado las palabras que expliquen su significado, pero actuar no es simular y eso, ya todo el mundo lo sabe”.
Y sin embargo, Sir Lawrence Olivier, mantenía en cierta manera otra opinión; “¿Qué es en el fondo actuar sino mentir? ¿Y qué es actuar bien sino mentir convenciendo?
Si, existe un término medio, como en casi todo. Aunque para mi, actuar, interpretar, es de algún modo recurrir a la falsedad, mentir, engañar, fingir, aparentar, dar el pego. Las obras que acontecen encima de un escenario, son por lo general una simulación de la realidad, de la imaginación y de la fantasía. Lo que ocurre en la escena es ficción. En el Caballero de Olmedo (Lope de Vega), D. Rodrigo mata a D. Alonso, pero es evidente que el público no presencia un verdadero asesinato, porque al finalizar la función ambos salen a saludar al escenario. Puede que aún no se hayan descubierto las palabras adecuadas para expresarlo, pero de lo que si estamos seguros es que los personajes son figurados. En la inmensa mayoría de los melodramas, las risas y los llantos son impostados. Actores y actrices parecen inmunes, repelen algunos sentimientos, ¿resultado?, risas sintéticas y lágrimas fantasmagóricas.
No, no estamos en el siglo XVI, ni en Manhattan, ni tampoco en un salón palaciego…estamos en el interior de un teatro, donde un grupo de gente trata de recrear espacios, épocas, situaciones, para aturdir a nuestro subconsciente y hacerlo entrar al trapo. Connivencia público teatro, convencionalismos.
¿Y eso no es simular? Queda por delante un gran reto, romper con la puesta en escena casposa, anodina, y cribar las interpretaciones insulsas, colegiales. Para este siglo XXI se requiere algo más que contar con la inestimable complicidad del público. Tal vez me contradiga, pero yo lo veo así. Creo que urge un estallido de cambios de concepción estética, y estoy convencido que sólo vendrán acompañados de la mano de gente creativa en el uso de tecnologías emergentes. En cuanto a los interpretes, tienen por delante una ingente tarea para desarrollar las emociones, ganarse el tributo del aplauso y erradicar con actuaciones convincentes, la lastimosa bondad que por cortesia les profesa el espectador.
Deseo entender a la estirpe de insignes teatreros, ¡mira que lo intento!, pero yo me inclino más por compartir las palabras esperanzadoras de Machado; “Después de la verdad nada hay tan hermoso como la ficción”. Aunque viendo el panorama contractual, cada vez creo menos en ello.
Jkar (Olite - 2010)