Hoy decido descolgar de las paredes del Antzoki Zaharra las palabras que hace ocho años escribí, y que permanecían entre sus muros como testigo mudo de todo lo que acontece en su caja escénica. El motivo no es otro que el de rendir mi más sentido recuerdo a todos los tramoyistas que son y han sido. Sin ellos el teatro sería diferente.
Iniciamos la reforma de las infraestructuras escénicas del Antzoki Zaharra y sin embargo, ello causa en mí una seria disputa con mi conciencia. No olvido que recibimos los vestigios de un pasado enajenado que forjó los jalones de una escenotecnia teatral precursora de la actual.
Durante décadas nos mantuvimos como fieles albaceas custodiando antiguos artefactos de tramoya diezmados por los avatares acontecidos en un telar, que en el transcurso de su historia ofició en una liturgia secular, la de hacer verosímil lo ilusorio.
La contemporaneidad nos aboca a emprender la sucesión del legado de tramoya de nuestros antecesores. La modernidad nos fuerza a truncar la historia de las máquinas de artificio teatral, no sin que cause en mí numerosas contradicciones.
Ha sido necesario reemplazar las reminiscencias de tramoya conceptual neoclásica existentes, para no permanecer cautivos por infraestructuras de maquinaria y parafernalia escénica, que imponían de un modo inconciliable procedimientos de trabajo y puestas en escenas pertenecientes a épocas remotas. No sé si acertamos. Me atosigan las dudas.
Carretes, trócolas, cornamusas, escotillones, garruchas, guindaletas, acompañaron de manera pertinaz la vejez de cómicos y tramoyistas. Hoy enriquecen el acervo sentimental del sofista que los maniobró con la pericia de un orfebre. Ahora y siempre permanecerán en nuestra memoria.
© 2001 - Juankar Fernández -
Bonito muy bonito, estáte tranquilo seguro que acertaste.
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