Con la complicidad de la sala inmersa en la oscuridad, el telón jalado por el tramoyista desaparece como en un acto de encantamiento, para acompañar a la guardamalleta en su viaje hasta el telar. Es entonces, cuando da comienzo el encuentro con los pensamientos del autor, con la fantasía y la libertad. Cuando irrumpen en escena los acróbatas de las emociones. Cuando actores y actrices convertidos en druidas, nos abducen con su pócima interpretativa para succionarnos el alma. ¡Cuantas sensaciones, cuantos corazones conmovidos, rotos, cuantas risas, amores, desamores, lágrimas y penas!, se ocultaron bajo la linterna del antiguo teatro.
Con el regreso de la farándula trashumante, se desempolvaban las entrañas de los proyectores para que al mandato del traspunte, tiñeran la escena con chorros de luz arrojados entre las bambalinas. Se trataba de hacer creíble lo ilusorio. Luz surcando el telar. Estelas suspendidas sobre el aire describiendo trayectorias vertiginosas para pasmar al sofista, astrónomo del espacio escénico que tenía su morada en las galerías del telar.
Los rayos de luz levitaban en el proscenio, para revelar la presencia del comediante y mostrar lo fastuoso del decorado. Y al acabar la representación, más luz tiznando la escena, pero entonces prevalecía ya un único objetivo, observar mejor la certeza de la mentira contada, desenmascarar la farsa y a los impostores, revelar al público que lo acontecido sobre el escenario era tan sólo… Teatro. Elixir de vida.
Eres un maravilloso romántico.
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