Me llama Esther.
- Kar. Que nos vamos a la prisión de Martutene.
Desde siempre los dos hemos sido algo, bueno, muy rojillos. Pero hoy no meten a nadie en la cárcel por serlo ¿no? Ni tampoco por escribir en un blog que desagrade a algunos.
- ¿Qué? Pero si yo ya no soy ni tan siquiera ecologista radical, sólo un poco vegeta. ¿Pero eso no es delito verdad?
- No, no. Que nos ha salido un bolo en Martutene.
- ¡Ahh! ¡Oye Esther! ¿No será arriesgado?
- ¡Que va Kar! Lo peligroso es tener un blog como el tuyo.
- ¡Vale! ¡Vale! ¿No estarás pensando llevar “Versos con faldas”? Mira que nos crujen a palos.
- Ojalá pudiera. ¿Te imaginas? Un espectáculo de poesía social en la cárcel.
- ¿Entonces? ¿Mejor las desventuras de Matilde Etxezarreta? Dan más juego.
- Si, si. Por cierto Kar, me tienes que dejar el DNI, piden una copia para poder entrar.
- Bien. ¿Tengo que dar también la matrícula del coche?
- No. Aparcamos en el pueblo y con los bártulos andando.
Llegamos en un día desapacible al penal de Martutene, fustigados por la lluvia, cerca de la media tarde.
- A ver ustedes, ¡documentos! Si hacen el favor.
Vaya, como se nota que han cambiado las cosas. Derroche de cortesía.
- Entonces. ¿Así que son ustedes los del teatro?
- Pues si señor. Nosotros somos.
- ¡A ver qué es lo que hacen! ¡No nos los subleven! Espérense a que el funcionario venga para llevarles al salón de actos.
Según nos vamos adentrando, se van abriendo verjas con barrotes, cada movimiento es registrado por las cámaras. Se oye algún que otro grito de protesta reivindicativa y aporreos sobre las puertas de acero de las celdas donde aún permanecen recluidos. Ponen a nuestra disposición presos con inquietudes culturales, que se ofrecen, creo, voluntariamente a ayudarnos.
El lugar de representación es una sala desvencijada, azulejada de blanco, con el piso de cemento ocupado por bancos de madera en alineación militar. Instalamos y chequeamos el equipo de música, dejamos todo dispuesto para la actuación y damos un garbeo por los sitios permitidos. El entorno me pareció desolador. Es como en las pelis pero en cutre. Unos cuantos presos políticos entretienen el tiempo jugando a pala en el frontón. Es la hora de “suelta” de presos. Todos salen de sus celdas envueltos en un murmullo atronador. Regresamos a la sala y sorprendemos a un tipo fisgando, revolviendo en el baúl del atrezzo, con los ojos desencajados mirando un sujetador (la obra es de humor, provocadora).
Van llegando las presas desde el módulo de mujeres y el guirigay se desboca. Las hormonas se les disparan, en el ambiente se respira a dopamina.
- Esther. Esto va a ser todo un reto.
- Bueno. Tranquilo, si es necesario improvisamos.
Se me acerca una presa. - ¿Y tú por qué estas aquí?
- Yo. Por el teatro ¿Y tú?
- Lo mío es más normal. Por ser pobre y tener que robar.
Comienza el espectáculo, todavía huele a serotonina, prefieren ocupar la hora que dura la función para el ligoteo. Esther capta la situación y como es una actriz camaleónica, con infinidad de recursos, lo resuelve fácilmente haciendo una función más interactiva. A pesar de que la cárcel les ha hundido en el escepticismo, siguen la trama con interés, apenas ya interrumpen. Para el que está encerrado entre muros y rejas, participar de una obra de teatro debe ser como encontrarse ante un soplo de libertad, tener la ocasión de dejar vagar la imaginación fuera de las angostas paredes que les oprimen cada día. Nuestro propósito es que durante una hora olviden su cautiverio y que puedan sentirse en ese breve lapso de tiempo, personas libres.
Estamos recogiendo para irnos, y la misma presa de antes felicitándonos, nos dice una frase conmovedora y terrible.
- Volved. No dejéis que nos maten los sueños.