No hace mucho debatíamos acerca del devenir impredecible que le aguarda a las artes escénicas, y sobre el futuro de la trouppe que sostiene su pervivencia. Y cada uno de nosotros lo imaginábamos de maneras diferentes, entremezclando realidades y deseos.
Si llega el día en que una obra teatral se represente de manera repetitiva, milimétricamente, ¿estaremos asistiendo a una copia del cine o la televisión? Y entonces ¿el teatro habrá perdido su identidad? Si en función doble, al público se le ofrecen representaciones con distinto matiz de la misma obra ¿se le está hurtando la obra tal y como la concibió el autor? Si el arte teatral no se sujeta a ninguna norma, si depende íntegramente del factor humano ¿continuará siendo una rareza, un fenómeno extraño aceptado por cuatro puretas?
Hay un tipo de teatro empecinado en subir a escena burdas replicas de la realidad vivida. Y claro está, esto tiene su riesgo, la comparación. Se ve demasiado teatro que pretende conducirnos por vericuetos, donde la palabra pierde protagonismo y es arrastrada a cohabitar con, decorados inverosímiles, luces de plasticidad férrea y artistas que no dan el pego.
¿Y por qué te he soltado todo este rollo? A ver…revuelvo un poco en la memoria y... Ah si ya recuerdo. Mis creencias en el teatro (el que se representa donde trabajo) atraviesan por un momento de escepticismo, que me saca a empujones a ocupar el tiempo de ocio de otra manera, menos intoxicadora. Imaginaros el futuro del teatro, algo parecido a lo que se ve en éste video. Poder programar decorados, estilos, luces, colores, interpretaciones. Todo lo más cercano a la vida y a las fantasías que se nos ocurran, y que además, te las creas…Buah. Entonces si merecería la pena el teatro. El teatro actual jamás podrá representar una historia de amor, de autentico amor, con la belleza como la que se muestra en este video.