19 septiembre 2008

Actores autómatas


Hace unos días hablando con una amiga actriz acerca de futuros proyectos me confesó que había visto el blog y que le parecía bonito, espero y deseo que después de leer esto mantenga la misma opinión. Estoy seguro que así será porque no es nada corporativista y porque en cierto modo, ella me inspiro el artículo cuando me decía con desanimo pero desparpajo – Kar, hay actores que ponen el mismo énfasis al pronunciar "te quiero" que "¡me meo!"- Y yo te creo, porque tienes razón. Es parte del problema.

¿Escasean las autenticas vocaciones?, ¿hay desgana en la escena?, ¿ausencia de oficio?, ¿deslumbran las luces de neón?, ¿cuesta tanto romper las telarañas para expresar las emociones? Una cosa es que el público aceptando los convencionalismos teatrales sea dócil y predispuesto, ¡pero coño que se le tome por tonto, NO! Si no la quieres besar (y tú sabrás por qué), ¡pues no la beses!, pero liarte con un paripé en pose estilo tirabuzón de tango gardeliano pasional, y que se note que sólo hay un apretujar de mejillas…no se, algo está fallando… ¿a ver si va a ser que debido a un fallo técnico no han podido morrearse como mandan los cánones del corazón? ¿Qué les pasa a los actores de esta era?, ¿les disgusta serlo? Algunos de los que yo conozco, inician la representación a las puertas del teatro utilizando técnicas de camuflaje chuscas, dicen que para resguardar su intimidad. Llegan a la función casi acompañando la entrada del público, como necesitados de notoriedad y sobrados de arte. Es otro tipo de teatro en el que intervienen el ego, la petulancia, las vanidades, las sonrisas sintéticas nada convincentes, el marketing personal. Con ademanes apresurados tropiezan con el camerino donde van a caracterizarse al sprint. Aún les queda tiempo para contactar con el mundo exterior - llamada de móvil- ¡oye! ¿Te parece que luego quedemos para tomar unas copas?

- Irrumpe la regidora en el vestíbulo, esforzándose por mantener la compostura – ¡Por favor a escena!

…y ya a pie de escenario, la hornada de artistas, entre cajas despliega el arsenal de estrategias para apoderarse del espíritu del personaje; ejercicios aeróbicos, movimientos espasmódicos, sonidos guturales regurgitados. Hay que desinhibirse. Uno cree hallarse ante la visión de una chaladura o cuadro psicótico, si no fuera porque sucede en el interior de un teatro. El método acongoja, parece ofrecer un futuro interpretativo ilusionante, prometedor. Pero la experiencia introspectiva no se ve refrendada en escena y termina siendo decepcionante. Más de lo mismo, actores robóticos, clónicos, escupen el texto en soniquete, muerden las palabras, gula con las frases, les puede la excesiva confianza en hábitos académicos, en rutinas escénicas con olor a alcanfor. Con las prisas, parece como si el personaje transfigurado en okupa, se quedara habitando en el camerino encadenado a un profundo suspiro, o conmocionado con el último politóno enviado por el enésimo ligue del verano. Pero seamos optimistas. Dejemos el pesimismo para tiempos mejores.

02 septiembre 2008

Un poco de lo que fue el teatro


Con la complicidad de la sala inmersa en la oscuridad, el telón jalado por el tramoyista desaparece como en un acto de encantamiento, para acompañar a la guardamalleta en su viaje hasta el telar. Es entonces, cuando da comienzo el encuentro con los pensamientos del autor, con la fantasía y la libertad. Cuando irrumpen en escena los acróbatas de las emociones. Cuando actores y actrices convertidos en druidas, nos abducen con su pócima interpretativa para succionarnos el alma. ¡Cuantas sensaciones, cuantos corazones conmovidos, rotos, cuantas risas, amores, desamores, lágrimas y penas!, se ocultaron bajo la linterna del antiguo teatro.

Con el regreso de la farándula trashumante, se desempolvaban las entrañas de los proyectores para que al mandato del traspunte, tiñeran la escena con chorros de luz arrojados entre las bambalinas. Se trataba de hacer creíble lo ilusorio. Luz surcando el telar. Estelas suspendidas sobre el aire describiendo trayectorias vertiginosas para pasmar al sofista, astrónomo del espacio escénico que tenía su morada en las galerías del telar.

Los rayos de luz levitaban en el proscenio, para revelar la presencia del comediante y mostrar lo fastuoso del decorado. Y al acabar la representación, más luz tiznando la escena, pero entonces prevalecía ya un único objetivo, observar mejor la certeza de la mentira contada, desenmascarar la farsa y a los impostores, revelar al público que lo acontecido sobre el escenario era tan sólo… Teatro. Elixir de vida.

01 septiembre 2008

... y cambiábamos la historia.


Hoy decido descolgar de las paredes del Antzoki Zaharra las palabras que hace ocho años escribí, y que permanecían entre sus muros como testigo mudo de todo lo que acontece en su caja escénica. El motivo no es otro que el de rendir mi más sentido recuerdo a todos los tramoyistas que son y han sido. Sin ellos el teatro sería diferente.

Iniciamos la reforma de las infraestructuras escénicas del Antzoki Zaharra y sin embargo, ello causa en mí una seria disputa con mi conciencia. No olvido que recibimos los vestigios de un pasado enajenado que forjó los jalones de una escenotecnia teatral precursora de la actual.

Durante décadas nos mantuvimos como fieles albaceas custodiando antiguos artefactos de tramoya diezmados por los avatares acontecidos en un telar, que en el transcurso de su historia ofició en una liturgia secular, la de hacer verosímil lo ilusorio.

La contemporaneidad nos aboca a emprender la sucesión del legado de tramoya de nuestros antecesores. La modernidad nos fuerza a truncar la historia de las máquinas de artificio teatral, no sin que cause en mí numerosas contradicciones.

Ha sido necesario reemplazar las reminiscencias de tramoya conceptual neoclásica existentes, para no permanecer cautivos por infraestructuras de maquinaria y parafernalia escénica, que imponían de un modo inconciliable procedimientos de trabajo y puestas en escenas pertenecientes a épocas remotas. No sé si acertamos. Me atosigan las dudas.

Carretes, trócolas, cornamusas, escotillones, garruchas, guindaletas, acompañaron de manera pertinaz la vejez de cómicos y tramoyistas. Hoy enriquecen el acervo sentimental del sofista que los maniobró con la pericia de un orfebre. Ahora y siempre permanecerán en nuestra memoria.



© 2001 - Juankar Fernández -